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No dejes de preguntarte

De pequeña era muy curiosa y no paraba de preguntar el por qué de todo. ¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué el universo es infinito? ¿Por qué somos quienes somos? Y un sinfín de preguntas que no tienen una respuesta clara.

Poco a poco dejé de hacerme preguntas. Según crecía, fui creyéndome lo que me contaban en clase y en el instituto, mientras intentaba entenderlo. Ya en la universidad, no sé si por la falta de tiempo o por nuestro cambiante sistema educativo, dejé de cuestionarme el por qué, ya que probablemente escapaba al alcance de mi sabiduría. «¿Por qué estudio esto? De algo me servirá, aunque sea solo para aprobar», eso sonaba en mi cabeza cuando perdía la motivación en época de exámenes.

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Esto es Factoría de Talento

 

Caminar y seguir caminando.

Luchar y seguir luchando.

Deambulando en espacio en negro.

Sin rumbo, sin sentido, sin camino

con grilletes, cadenas y amarres.

Sufriendo, contra, haciendo, superando.

Cicatrices que no importan, pero se encuentran perturbando.

Sin darme cuenta se convierte mi mundo en espacio en blanco,

simplemente cambió.

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Abrazando mi propio camino hacia el éxito

Sinceramente, me apunté a Factoría de Talento después de un verano en el que me introduje en todo este mundo del desarrollo personal y éxito profesional. Me hinchaba a ver videos de chavales de 16 años ganaban 10.000 euros al mes, se leían un libro por semana y se despertaban a las 5 de la mañana.

Si me hubieran preguntado hace seis meses qué era Factoría y qué podría llevarme de la experiencia, hubiera respondido que es un programa donde unos frikis novatos como yo quieren mejorar sus soft skills, su comunicación o liderazgo, habilidades tan populares que hoy en día todo el mundo quiere tener en su CV. Esas habilidades típicas en los libros sobre productividad y vídeos de Youtube sobre desarrollo personal de personas altamente eficientes, o tiburones como los suelo llamar yo. Además, también desarrollaría durante su transcurso un proyectazo con el que ganaría mucho dinero.

Sin embargo, a estas alturas, con todo lo vivido, mi primera idea ha ido desvaneciéndose, moviéndose en otra dirección que jamás me hubiera imaginado.

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Con los pies en la TIERRA y la mirada en el CIELO

Hasta hace bien poquito, como buena científica, había pensado que la trayectoria vital de una persona es una expresión selectiva de genes. Es un camino que implica una continua toma de decisiones sobre qué genes quieres activar y cuáles silenciar, sobre qué parte de ti mismo quieres y puedes desarrollar y, en consecuencia, eliges mostrar a los demás.

Pero, con 23 años, recién salida de la Universidad, después de estar 6 años estudiando me preguntaba sobre esta trayectoria. ¿Estoy preparada para dar al mundo mi mejor versión? ¿conozco bien esta versión de mí?, ¿en qué valores se basa?, ¿y me gusta?, ¿mi mejor versión es fin o un medio?, ¿y para Qué o para Quién? Lo confieso, me agobié un poco porque al final, estaba encontrando más preguntas que respuestas.

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De la casualidad a la causalidad

Si conoces a Pablo Burgué ya sabrás que en este mundo no existen las casualidades, solo las causalidades. Esta es la mayor lección que me ha dado hasta ahora esta décima edición de Factoría de talento.

Lo que aquí vivimos es un gran espectáculo de magia, en el que, para sorpresa de los espectadores, cada truco permanece secreto hasta el final. Algunos pensarán que la magia a la que me refiero habla de los seminarios, otros que está más relacionada con las mentorías, y en esta linea podrían llegar un sinfín de ideas de cuál es este factor. Todas ellas son incorrectas, o al menos parcialmente en mi experiencia. La magia está en lo que este equipo decidió llamar la “Espiral de Talento”, o lo que todo el mundo conoce como la casualidad.

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¿Tenemos la responsabilidad de explotar nuestro talento?

Hace unos días, en un tren que iba de la Haya a Ámsterdam, un grupo de cinco personas empezamos a hablar de algo que siempre me ha intrigado: ¿qué grado de responsabilidad tiene sobre el desarrollo de su talento la persona que lo posee? Los cinco acabábamos de vivir, en las últimas horas, una experiencia de esas que alimentan todos tus sentidos y se instalan para siempre en tu corazón: habíamos conseguido ganar una competición internacional que nos apasionaba y para la que llevábamos meses preparándonos. Habíamos trabajado durísimo durante veinticuatro horas seguidas; habíamos compartido tanto el nerviosismo incontrolable como la alegría infinita; habíamos aprendido, sobre la marcha, a convivir con un ritmo frenético de sensaciones. En definitiva, de forma casi instintiva, movidos por algo en nuestro interior, habíamos puesto nuestra pasión al servicio de un objetivo que considerábamos noble: en este caso, colocar a nuestra universidad y a nuestro país en el lugar que merecía en este tipo de competiciones. Aunque nunca lo habíamos verbalizado de esta forma, creo que todos nos habíamos vaciado emocionalmente por esa razón: porque pensábamos que teníamos el potencial de generar un impacto. Y esa mañana de domingo de camino a Ámsterdam sentíamos algo así como la satisfacción del deber cumplido: habíamos materializado nuestro talento, lo habíamos convertido en algo tangible, lo habíamos utilizado para transformar la realidad.

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Cuanto más difícil, más divertido

Ira.

Ira en los ojos de quien pide ayuda y ante un consejo que aún no comprende grita: ¡Eso no me sirve!

Durante años yo también cargué ese mismo fuego tras las pupilas, convencido de que “nos educan para una vida que no vamos a vivir”, temiendo que nada de lo que me habían enseñado iba a ser directamente aplicable en lo que me quedaba por delante… Tiempo después he comprendido, que ahí está la gracia.

Quizá en lo siguiente me equivoque, pero no deben ser pocas las miradas en llamas que pululen por ahí, sospechando a cada consejo que “las cosas no son tan fáciles”. Y equivocado o no, creo que lo siguiente será de utilidad, al menos para mí, pues poner las cosas en palabras me ayuda a asimilarlas.

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PASAR PARA ATRÁS PARA AVANZAR HACIA DELANTE

Hay quien defiende que somos más que un cuerpo, que lo que nos hace ser es el alma. Para los más escépticos, seremos un puñado de órganos y agua funcionado biológicamente. Lo que yo pienso es que estamos hechos de miles de momentos y vivencias. Y es que ya sea por la naturaleza social del ser humano, o porque según está estructurado el mundo en el que vivimos es complicado aislarse, muchos de estos momentos vienen compartidos. Como en este caso A implica B, se podría decir que las personas que pasan por nuestras vidas también son un factor relevante en nuestra composición corporal.

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Cuando despierta la nostalgia

Hace unas semanas que arrancó la Edición 9 de Factoría de Talento, dando el pistoletazo de salida la primera sesión de Teambuilding. Sin pestañear, no puedo evitar pensar que ya hace un año desde que yo estaba en la misma posición en la que se encuentran los nuevos talents. Un año ha pasado sin darme cuenta. De repente, hay algo que llama a mi puerta, y sin duda es una profunda nostalgia por ese primer día en el que cada cual se daba a conocer con su objeto elegido.

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Es caprichoso el azar

Cuando Zeus quiso castigar a la humanidad enviando a Pandora a la Tierra, cuenta la leyenda que la dotó del más terrible de los dones: la curiosidad. Y es que ya lo decía el refrán: “la curiosidad mató al gato”. A mí no me llegó a matar, pero apunto estuvo, porque cuando era pequeño la curiosidad me llevó a meter los dedos en un enchufe, a ver qué pasaba. Quizás este hecho y los cuatro cafés que bebo al día expliquen por qué soy tan nervioso. Pero la curiosidad nos ha guiado en muchas otras ocasiones. Acércate a una ventana y mira al cielo. Busca unas luces parpadeando, sí, eso que llamamos avión.  Sin la incansable obsesión del ser humano por conocer, por descubrir, por explorar, prácticamente nada de lo que hay en este momento a tu alrededor existiría.

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El miedo a ser descubiertos

Vivo con un miedo que siento que es inherente a mi persona, aunque sé que no siempre ha estado allí. El miedo a ser descubierta. Desde muy pequeña empecé a observar el mundo alrededor, y en algún momento empecé a pensar que no podía participar en él, a no ser que pretendiese ser alguien que no era. Me gustaba ver las cosas desde la magia, y quería que la magia fuese real. Pasaba mi tiempo explorando los rincones de mi mente, y deseaba compartir lo que encontraba. Y cuanto más lo callaba, más volvía a explorar. Algunos días encontraba mundos hechos de algodón de azúcar, y otros, descampados fumigando en medio de una lúgubre noche. A veces encontraba ideas, a veces encontraba pesadillas. Cuanto más indagaba, los mundos que descubría eran más alejados del mundo en el que vivía, los pensamientos, cada vez más rodeados por la oscuridad, los temores y las inseguridades, cada vez más prevalentes. Estaba atemorizada, no quería aceptarlos y pensaba que estaba sola en ello.

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