No me escondo. Siempre he vivido asombrada por la palabra miedo, y todo lo que ello conlleva. ¿Cómo puede ser que tan solo cinco letras provoquen tantas reacciones en nosotros? Quizás antes no lograba comprenderlo, pero ahora soy plenamente consciente de todo lo que me he perdido por no saber afrontarlo.
Se ha cumplido un mes desde que dio comienzo la 8ª edición de Factoría de Talento y hemos pedido a su director que nos dé sus primeras impresiones y nos cuente las principales novedades.
Cuando recibí el mensaje de Irache preguntándome si quería escribir una entrada al blog, no dudé en decirle que sí. No veía mejor manera de dar las gracias por todo lo que me ha regalado Factoría y poder aportar mi granito de arena en este blog, patio de juegos de las mentes de gente digna de admirar. Sin embargo, al poco tiempo me arrepentí… porque, ¿qué podía darle yo a Factoría a cambio de todo lo que han hecho ellos por mí? ¿Qué conjuro mágico de palabras iba a poder causar el impacto que causaron en mí? ¿Qué puedo ofrecerles yo? ¿YO? Al hacerme estas preguntas, la respuesta se hizo evidente, no puedo. No puedo, así que he decidido daros lo más valioso que tengo; un pedacito de mí. Hoy os voy a contar por qué estoy triste y por qué es lo mejor que me ha podido dar este 2020.
Estoy segura de que todos hemos escuchado frases como “la educación es la mejor arma” o “la educación da la libertad”. Yo siempre he estado un poco obsesionada con la educación, cuando era pequeña no entendía por qué las clases de historia se impartían de manera “aburrida” estudiando y memorizando, teniendo que hacer un gran esfuerzo que más allá de ejercicio de disciplina y constancia, me resultaba bastante ineficiente. Pues en contraste cuando los niños leíamos libros que elegíamos y nos gustaban éramos capaces de entender el argumento, memorizar y disfrutar, lo que nos llevaría a relacionar los aprendizajes de esos libros a nuestra vida diaria. Así, que pasaba las clases de historia imaginando un libro que contase las aventuras de un niño o niña que hubiese viajado en el tiempo y nos describiera sus aventuras e impresiones.
Esto ocurrió sólo durante primaria. Después perdí el interés por estudiar y me dedicaba a salir con mis amigos y disfrutar de las “políticas del instituto”, pero no fue tan mal, gracias a que en mi instituto y en mi familia se preocuparon de que no “me perdiera”. Esto no fue así para mucha gente de mi pueblo, juro que mis amigos de allí o al menos algunos de ellos eran inteligentísimos pero nunca recibieron la educación formal ni informal necesaria para triunfar en la vida y por triunfar me refiero a sentirse competentes y animarse a perseguir las oportunidades que les hubiesen llenado o gustado.