El miedo a la incertidumbre
No me escondo. Siempre he vivido asombrada por la palabra miedo, y todo lo que ello conlleva. ¿Cómo puede ser que tan solo cinco letras provoquen tantas reacciones en nosotros? Quizás antes no lograba comprenderlo, pero ahora soy plenamente consciente de todo lo que me he perdido por no saber afrontarlo.
El miedo es un sentimiento que nos fue muy útil en nuestros inicios como especie, de hecho, también pudimos descubrir con el paso del tiempo que no siempre es racional o lógico. Por ejemplo, el fuego y la oscuridad son aspectos que reconocemos como familiares, pero no siempre lo fueron y nos asustaban.
En la sociedad actual entendemos como miedos otras cosas, y eso manifiesta en qué nos mostramos vulnerables y cómo hemos cambiado.
A raíz de la pandemia, bajo mi perspectiva, se agudizó un nuevo temor fruto de las circunstancias, un nuevo miedo al que nos enfrentábamos como colectivo: la incertidumbre. Denominada como “falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea inquietud” me di cuenta de que era justo lo que estábamos viviendo como humanidad, un momento insólito marcado por la crudeza de los acontecimientos.
Nos sentíamos amenazados por un futuro incierto, por lo desconocido, por no saber responder de forma rápida respecto a lo que iba a pasar en los próximos meses. Estábamos siendo obligados a salir de nuestra zona de confort, a ampliarla, y eso nos hacía sentir incómodos. No podíamos tener el control de todo lo que nos rodeaba, tampoco anticiparnos a los hechos.
De cualquier modo y en cualquier momento, el miedo a la incertidumbre es un sentimiento que frena nuestro crecimiento, y mucho más si compromete nuestro presente poniendo el foco tan solo en el futuro.
No nos habían enseñado nunca a gestionarnos, y mucho menos a gestionar al humano del mañana. Entonces, ¿Cómo podíamos neutralizar esta amenaza durante la cuarentena?
En mi caso, el primer paso fue aceptarlo. Comprender que necesitaba aferrarme más al “Carpe Diem” y menos al “Tempus fugit”, porque la adaptación al cambio era imprescindible.
El segundo ingrediente de mi receta frente a la incertidumbre fue la búsqueda de motivaciones y el autoconocimiento. Comprender mis emociones fue complicado, pero me ayudó a dejar de “entrar en bucle”, para reenfocarme.
Por último, y no por ello menos importante, la flexibilidad. Todo lo que creíamos que era predecible había dejado de serlo. Tomar decisiones y equivocarse estaba a la orden del día, pues estábamos construyendo una nueva realidad.
El Coronavirus hizo que me preguntarse si realmente nacemos con miedo o vivimos con él. Si la incertidumbre siempre es negativa, o si no sabemos comprenderla en su contexto. Como suelo decir “lo inesperado nos cambia la vida”. Tal vez tendré que poner esta frase en cuarentena durante un tiempo, hasta que pase la tormenta.
Algo que tengo muy claro es que el miedo no debe impedirnos seguir adelante, solo existe para enseñarnos que debemos conocernos mejor y que nuestros límites sin él pueden estrecharse. Porque relacionarnos con la incertidumbre significa comprender que las mejores cosas de nuestra vida suelen ser inesperadas. Y hay que ser muy valiente para saber verlo.