Cuando uno tiene una historia que contar
Cuando uno tiene una historia que contar, la intuición te dice cómo hacerlo. Pero ¿y si no sabes qué contar, y si no sabes qué hacer? Ahí es cuando escuchamos esa frase que tantas veces nos han contado: Bueno tu escribe, que ya se te ocurrirá algo.
En ese momento entiendes que en el mundo sólo hay dos cosas. Estás tú, y una hoja blanca, áspera y fría. Sentimientos encontrados. Repulsión-atracción y amor-odio. Y entonces la observas, la mira tu mente, y te sorprendes de que tiene cuatro esquinas. Salta mensaje de error y un piloto automático intenta solucionarlo con tres posibles respuestas correctas. Uno: date prisa y bájale el fuego, dos: regula para que salga el vapor, tres: prepara la artillería porque te va a explotar la olla.
Y mientras tu mente gira como un tiovivo en torno a qué opción tomar para no autocombustionarse, una llamada de atención. Un cuervo que se pone delante de ti y te observa, te dice algo. No sabes por qué ocurre, pero sucede, sientes que te habla y te da un mensaje. ¡Bienvenida intuición! ¡Cómo sabes qué hacer y qué decirme para que me siente bien! Te proyectas en mi concepción del mundo, y me dices justo lo que mi subconsciente necesitaba escuchar para entender que voy por buen camino.
Entonces recuerdo que el significado que tiene la palabra intuición tiene relación con el conocimiento adquirido.
Miro, escucho y siento aquello que hay a mi alrededor. Detengo ese reloj, siempre en hora, que marca los tiempos, para abrir un túnel y descubrir lo que hay dentro. Comienzo un viaje, un vuelo, cuyas paradas son estaciones para ampliar la percepción a través de los sentidos. Mientras escribo, cojo una hoja de un árbol. La observo. Veo su envés, su margen, entramados de los nervios perdidos en el alcance de mi vista. Ahí me doy cuenta de que lo que veo no es más que la interactuación de millones de partículas. Estructuras en constante cambio, que intentan perdurar en el tiempo por la mera probabilidad de su existencia. Entropía.
Y mientras pienso de nuevo en la intuición, en los detalles, no puedo dejarme de la mano el mundo de los sueños. Un anhelo para algunos, otra realidad para todos. Pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo, pero ¿le prestamos suficiente atención? Los sueños tienen la capacidad de hacernos integrar problemas que nos cuesta solucionar en la vida real. Encontrar nuevos caminos, ver la realidad desde otros puntos de vista. Pero lo mejor de todo es que como todo músculo, la capacidad de soñar se puede entrenar. Tomar nota de los sueños es un hábito que puede ayudar a entrenarlos. De hecho, el valor más importante que tiene sale a la luz cuando nos paramos a reflexionar y entender el mensaje detrás, las metáforas, los símbolos recurrentes que usa nuestro generador de sueños para integrar los traumas. Un mensaje que se vuelve mucho más potente cuando nos hacemos conscientes de que estamos soñando. Sueños lúcidos.
Y entonces estoy yo, un conjunto de informaciones entorno al orden de la información almacenada en internet, y de repente, se cruza una ardilla. Macroestructuras de vida intercambiado un mensaje, impresiones, y se ha ido.
¿Pero por qué la intuición y empaparnos de detalles, de estímulos? Nuestra vida, el mundo que nos rodea, es una realidad creada a partir de lo que percibimos. Lo sutil, los pequeños detalles, nos permiten ser más conscientes, entender mejor lo que sucede. Son las pequeñas puertas para entrar en un sueño, volverse lúcido.
Y es que, en los sueños, se para el tiempo. La intuición es nuestra brújula y los detalles los que matizan el cuento. Hojas de color, cálidas y suaves, ahora en mis pensamientos.
Y entonces estoy yo, reloj en hora punta. Siento la necesidad de conectar con una persona. Entender lo que sucede, lo que quiere decirme más allá de las palabras, el mensaje.
Un instante, una llamada de atención. Realidades más conscientes.