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El mundo es un desastre (de momento)

Debo admitir que me cuesta un poco transmitir a través de palabras un concepto que es tan inherente a mí. Conforme hago una lluvia de ideas, intentando ordenar mis pensamientos para elaborar frases que tengan sentido, me fijo en el bolígrafo con el que estoy escribiendo. Estampado sobre amarillo se lee: “El mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo”; y es que realmente solo hace falta escuchar la radio, leer un periódico o encender la televisión para darse cuenta de todas las desgracias e injusticias que nos rodean y ver que el mundo necesita un cambio. Quizás lo lleva necesitando mucho tiempo.

Si queremos cambiar nuestro entorno, está claro que solo podremos hacerlo con iniciativa.  El concepto de acción que busca convertir y transformar buscando el bien común lo introduce por primera vez el filósofo alemán Max Weber cuando habla de “acción social”. A partir de ahí deja de existir el “hacer por hacer” y se convierte en un “hacer (con otros) para otros”, es decir, en un “hacer para hacer cambios” Suena bonito, pero, ¿cómo consigue uno llevar a cabo ese cambio?

Si bien es cierto que yo no soy ninguna experta sobre este asunto, hoy quiero compartir contigo mi enfoque sobre el tema, por si acaso era algo que, como yo, tampoco te habías parado a pensar. Reconozco que sin lugar a dudas soy una persona a la que le encanta hacer listas, clasificar por colores, ordenar por tamaños, etc. y definitivamente me ha costado lo suyo aprender a canalizar de manera ordenada esa llamada a la acción. Durante mi paso por el Bachillerato Internacional conseguí (por fin) ponerle nombre a aquello que llevaba tanto tiempo deseando integrar en mi proyecto de vida:

Debíamos llevar a cabo, a lo largo de 10 meses, un conjunto de experiencias y proyectos que, de alguna manera u otra, estuvieran relacionados con la creatividad, la actividad y el servicio (también conocido como CAS). 

Voluntariados en cualquiera de sus formas, desafíos físicos y pensamientos creativos son aspectos que no había considerado que se complementaran de una manera tan perfecta hasta ese momento. Es como si se tratara de un puzle de cinco piezas en el que la cuarta es el proceso de reflexión después de haber llevado a cabo la acción y la quinta pieza sería las personas que te acompañan en el camino. No solo porque muchas veces necesitamos un empujón para ponernos en marcha, sino también porque cambiar el mundo solo es muy aburrido.

Buscar y encontrar el equilibrio entre las cinco piezas no es nada fácil. Puede que nos dejemos llevar por la parte social y descuidemos las otras, o puede que estemos tan centrados en la acción que luego no reflexionemos sobre qué hemos conseguido extraer de esa experiencia. De una manera u otra, te invito, querido lector, a que dediques un momento a reflexionar y ver si hay alguna pieza del puzle que tiene ya polvo de lo poco que se ha usado o si has descubierto hoy que había piezas que aún no conocías.

Generar impacto a nuestro alrededor es más simple de lo que podía parecer en un primer instante. Como si se tratara de fichas de dominó, la repercusión de nuestras acciones forma parte de ese gran plan para que las cosas dejen de ser un desastre. Y, por último, después de compartir este trocito de mí, me permito la libertad de hacerte una propuesta que llevo deseando plantearte desde que empecé a escribir:

¿cambiamos el mundo juntos?