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«Me gusta el mundo en que vivimos», por Irene Castillo

Mirad lo que nos cuenta Irene Castillo, una ingeniera de diseño industrial, apasionada por la innovación educativa… Último post antes de la vacaciones. Más a la vueltaaaaa! Feliz verano a todos.

Me gusta el mundo en el que vivimos, pero podemos hacerlo mejor.

Me gusta porque es el que hubiera elegido de no haberme elegido él a mí.

Me gusta darme cuenta de lo afortunada que soy, porque no hice nada para merecerlo, aunque a veces se me olvide. Porque si ese 25 de mayo, no hubiera sido en Madrid, o en 1995, estaríamos hablando de otra historia.

Me gusta este mundo porque aquí se come tres veces al día, las niñas van al colegio y la sanidad pública hizo que mi abuelo, sin ser rico ni tener dos apellidos, viviera hasta los cien años.

Me gusta también que en este, mi mundo, nos despierten las alarmas y no las explosiones o la policía y que las malas noticias sigan siendo eso, noticias.

Me gusta que me preocupen los problemas del primer mundo, pensar dónde me veo en tres años o en qué proyecto social colaborar en septiembre, para después cerrar los ojos y sonreír, porque estos no son problemas.

En definitiva, me gusta pensar en el futuro y este mundo, a mí, me lo permite.

Sin embargo, debemos ser conscientes de que el mundo en el que vivimos, con sus más y sus menos, ha sido construido a través de un pasado y una memoria que tenemos la obligación de recordar.

Es por esto por lo que me gusta no perder la vista al pasado, pero viviendo siempre en presente.

Con este objetivo trato de levantarme todos los días: pensando en positivo, con la responsabilidad de estar a la altura de este tiempo y este contexto y la obligación de ser feliz, por aquellos que no pueden disfrutar del mundo como yo lo hago.

De algún modo siempre envidié a los que fueron jóvenes en los setenta y los ochenta. Vivieron un periodo de descubrimiento, de libertad y de vida, en el que valoraban cada paso que daban.

«No valoras lo que tienes hasta que lo pierdes», dicen.

Por esto no dejemos que se nos vaya de las manos. No dejemos que nos lo quiten.

Europa está disfrutando de un periodo de paz impensable. La Unión Europea va más allá del tratado de Schengen, el Erasmus o Bruselas. Estamos hablando de unos valores, unos principios, una estabilidad y una convivencia que a muchos nos ha venido dada.

Y a veces, cuando damos algo por hecho, corremos el peligro de olvidar lo que costó conseguirlo. Por ello no dejemos nunca de valorarlo y, si cabe, miremos siempre con vistas a mejorarlo.

Nuestros políticos, o al menos muchos de ellos, no estarán a la altura de la ciudadanía. Pero no olvidemos que somos nosotros quienes los elegimos. No demos por perdido nuestro sistema de convivencia, participemos activamente, informémonos y exijamos una clase política honrada, eficiente y competente.

Una de mis pasiones es la educación. Tal y como yo la concibo es la herramienta para cambiar el mundo, para hacerlo más democrático y permitir una igualdad de oportunidades real y efectiva. Además de formarnos como ciudadanos, de ayudarnos a encontrar nuestra pasión y a descubrir el mundo intelectual.

La educación es mejorable, sin duda. La filosofía nunca debió salir de las aulas y nunca debieron entrar elementos ideológicos.

Para el mundo que nos espera, para los nuevos retos a los que tendremos que enfrentarnos, nosotros como ciudadanía debemos exigir que esté a la altura y que ocupe el centro de la agenda política.

Pero tenemos que ser nosotros quién así lo demandemos, porque de lo contrario nadie lo hará.

En este mi mundo, aprovecho también cualquier ocasión para hablar de temas como el feminismo, la desigualdad, la sostenibilidad o la política. Porque no estamos mal, incluso según con qué nos comparemos estaremos muy bien.

De hecho, el simple hecho de decir lo que pienso, sin censura y siendo mujer, nos sitúa en la cresta de la ola. Y esto tiene dos lecturas.

Por un lado, estando tan alto tenemos la obligación de mirar a nuestro alrededor, para darnos cuenta de lo privilegiados que somos y aprovechar este momento.

Por otro, debemos ayudar a que otros puedan disfrutar de nuestras vistas y ser conscientes de lo que costó aprender a surfear las olas. Así que no perdamos la práctica y preparémonos para coger la siguiente.

¡Muchas gracias Irene! Cómo nos gustan en Factoría las reflexiones transversales, las mezclas de ideas, la disposición a aprender. ¡Ojalá tú no la pierdas nunca!