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Abrir la mente, comerse el mundo por Mar Coronado

Ray se quita los zapatos nada más entrar por la puerta. «Mmm… ¡qué bien huele! », piensa para sus adentros. «Hoy papá ha hecho tortilla de patata, ¡me encanta! ». Una deportiva para un lado, la otra en dirección opuesta. Suelta todos los trastos apresuradamente, el abrigo empapado de ese lluvioso lunes tirado encima de una silla; su mochilla llena de libros abandonada en medio del pasillo; vacía sus dos bolsillos, el abono, el móvil, la cartera, las llaves, posadas en la estantería. Se apresura a darle un beso a su padre y robar el primer trozo de su ansiada tortilla. «Si es que como en casa en ninguna parte», era lo único que pasaba por su mente en ese instante.

Ray tenía ya 17 años, a punto de cumplir 18, ese mismo jueves sus compañeros del instituto celebraban una cena y cada uno iba a llevar algo de comer. Era su forma de despedirse de esa etapa, de decir adiós y zarpar rumbo a nuevas aventuras: entrar en la universidad, nuevos horarios, nuevos amigos, lejos de casa… Lo tenía claro, le pediría a su padre que hiciera una tortilla. Qué mejor que algo fácil de compartir y su plato favorito, ¡a quién no le iba a gustar!

Tic-tac, tic-tac, cambia el peso de un pie al otro, mira por quinta vez el reloj, las 20:30, «vamos papá que la cena empieza en 15 minutos, ¿cúando va estar lista la tortilla?» piensa impaciente. Tic-tac, tic-tac, tic-tac, vuelve a mirar su muñeca izquierda, «Vale, definitivamente, no llego». Tic-tac.

20:35

—Toma Ray, aquí tienes—dice su padre al darle la tortilla preparada para llevar.— ¡Disfruta!— Exclama su padre, pero a Ray le falta tiempo para salir volando por la puerta hacia la esperada cena.

Llega justo a tiempo, coloca su plato en la mesa junto con las aportaciones de todos sus compañeros.«¿Que será ese potingue marrón claro que hay junto a los panecillos? », se pregunta Ray. Todos están emocionados y expectantes, con ganas de hincarle el diente a los distintos manjares. «Las croquetas esas que ha traido Luis tienen muy buena pinta». Tras esperar los 15 minutitos de cortesía se inicia el festín, todos sonríen, comen y comparten sus impresiones.

—Felicita a tus padres por el hummus de mi parte, ¡está exquisito!— comentaSandra.

— Tú a los tuyos por las croquetas, deliciosas. — le responde Óscar aún con la boca llena.

—¿De qué son las croquetas? — pregunta Ray

—De boletus y puerro, es una receta de la familia, están muy muy ricas. ¡Toma, prueba una!

—Mmm, mejor no, gracias— contesta Ray intentando disimular su cara de asco. «Croquetas de setas, ¡PUAJ!. Con lo ricas que están las de jamón de toda la vida» piensa.

Mira a su alrededor y se entristece. El potingue ese marrón, las croquetas raras… La otra tortilla que han traído lleva cebolla, «¡Lo que faltaba!. Eso no puede estar bueno, por algo mi padre nunca le echa, no quiero ni pensar en qué llevarán los postres».  Al final Ray se mantiene siempre cerca de su tortilla, la que ha traído de casa, sin cebolla, como le gusta, es la única forma de comer algo en esa cena tan rara.

«¡Qué hambre voy a pasar!», es el último pensamiento de Ray intentando ocultar su decepción.

Si queremos comernos el mundo, con patatas, con guacamole, o con lo que sea, tenemos que ser capaces de abrir la mente y probar cosas nuevas.

Muchas veces pensamos que conocemos la receta perfecta, y tenemos la oportunidad de que otros nos enriquezcan y contribuyan con sus nuevos ingredientes. Factoría es en parte eso, esa oportunidad de crecer, de aprender del resto, de replantearnos aquello que dábamos por sentado (como que «las croquetas de mi abuela son las mejores») y abrirnos, completarnos, comprendernos y descolocarnos.

Porque puede que tengas la especia que le falta a mi receta, que le aporte el sabor clave, puede que compartiendo encuentre esa pieza del puzle que llevo tanto tiempo buscando. Puede que tú aprendas de mí, casi tanto como estoy aprendiendo yo de ellos, de los factoritos. Y es que Factoría es, por encima de todo, las personas que la forman. Y para mí ya sois parte de mi mundo. Habéis aportado mil nuevos colores, sensaciones y sabores.

¡GRACIAS!

Mar Coronado tiene 23 años, es una de las finalistas de la V edición de Factoría. Estudia el Máster Habilitante de Ingeniería Industrial en la UPM. Pero no es sólo la carrera que ha estudiado, enamorada del yoga y de los viajes largos. Busca siempre excusas para aprender y, por supuesto, como más se aprende es viviendo cosas nuevas.