Ir al contenido principal

Barbie sería Factorita

De pequeña yo quería ser Barbie. No por tener un armario a la última, ni un novio guapísimo a mi servicio 24 horas, ni un coche descapotable rosa ni una mansión en Malibú (eso puede que lo sí lo quiera) …

De pequeña quería ser Barbie porque su lema es “Tú puedes ser lo que quieras”. Barbie no tenía que elegir, porque lo era todo. Y nací con ese mantra en el casco histórico de una bella ciudad alejada del mar.

En la biblioteca de Toledo, un antiguo palacio reformado tras la Guerra Civil, yo leía escondida detrás de las estanterías de la zona de adultos, que es donde estaban los libros de psicología, de política, de historia… que, por alguna razón aún desconocida para mí, la sección juvenil no sería percibida como una zona lo suficientemente madura como para que a nadie pudiera interesarle ese contenido.

Y ahí comencé a soñar. A soñar con que algún día sería una diplomática en un país en guerra, donde protegería a mis compatriotas con mi vida si hiciera falta. O que trabajaría mano a mano con el presidente de un país azotado por la codicia de los empresarios, contra la corrupción. O que sería directora de un banco de desarrollo, impulsando el emprendimiento y el empoderamiento femenino en esos lugares donde la mujer ni siquiera es vista como un ser humano, sino como un mero objeto…

¿Por qué me decantaría? Escoger una opción me parecía una ardua tarea.

Barbie no tiene ese problema. Barbie no tiene que elegir si quiere ser presidenta, astronauta o científica. Barbie es una enciclopedia profesional. Se despierta en su mundo mágico, elige si hoy es profesora o es cantante, y acto seguido, está actuando en un estadio abarrotado o impartiendo clase de inglés.

Y yo sí. Como era incapaz de decidirme, opté por cursar un doble grado en Derecho y Economía en una gran universidad, para cerrarme los menos caminos posibles. Y ahora que estoy a punto de graduarme, que jamás me he planteado seriamente mi futuro profesional, llega el momento de la verdad. ¿Y ahora qué?

Como una joven a punto de insertarse en el mundo laboral con una capacidad de decisión irrisoria y una aversión al riesgo altísima, el mundo en el que vivo, esa modernidad líquida que nos rodea, no me lo pone fácil.

Aunque, si todo es tan efímero y tan poco establecido, ¿me permitirá cambiar más a menudo de oficio? ¿Me convertiría eso en una buena profesional? ¿Qué es mejor, saber poco de muchas cosas, o mucho de pocas? ¿Por qué siento que en mi entorno nadie es capaz de comprometerse con una sola decisión? ¿O simplemente es mi forma de ser, y la ambición me ciega hasta el punto de sentirme inferior por escoger un camino?

Y de repente me topé con Factoría de Talento. Sin tener demasiado claro en qué me estaba metiendo, una tarde de diciembre, previa a un final importante, recibí una llamada que cambió la forma que yo tenía de ver la vida. Y durante 6 meses, me di cuenta de que la vida va mucho más allá de ser una buena profesional, que la identidad se debe forjar con muchos más elementos que lo puramente profesional, y que debemos abrir nuestra mente para ello.

Porque no hay nada más importante que ser una buena persona. Barbie no es querida por ser veterinaria, fisioterapeuta o neurocirujana. Barbie es querida porque todo lo hace con amor, porque antepone sus amistades y a sus hermanas por encima del resto, porque es generosa, empática y alegre. Es una persona que se preocupa por ofrecer a la sociedad unos cuidados colectivos, más allá del mero individualismo.

Y esos valores, que la sociedad se empeña en opacar y en restarles importancia, son lo que internamente mueven el mundo. En Factoría he descubierto que un buen equipo no lo componen una ingeniera aeronáutica, una médico, una abogada y una traductora, sino los valores que tienen. Es precisamente la diversidad de perfiles, la que hace que conecten y se produce una sinergia que hace que todo salga adelante.

En mis prácticas de Derecho conocí a una mujer que cambió mi forma de visualizar la Administración Pública. Porque existen buenísimos profesionales que, además de hacer bien su cometido, velan por que todo el mundo esté motivado y feliz en su ambiente de trabajo, buscan el cambio donde todo está estancado y quieren revolucionar el mundo desde dentro. Así que supongo que esta mujer es verdaderamente una Barbie en la vida real.

La conclusión a la que llego es que la cuestión no radica en qué quiero ser, sino en cómo quiero ser. Porque como dijo la gran actriz y mejor persona, Audrey Hepburn, lo más importante es disfrutar la vida, ser feliz es lo único que importa. Y qué mejor disfrute de la vida si no es compartiéndola y haciendo del mundo un lugar un poco mejor cada nuevo amanecer.

Barbie genera esa felicidad alrededor, y eso es a lo que yo sinceramente aspiro.

Escrito por Casilda Martín Martín, participante de la 12ª edición de Factoría de Talento.