Voluntarios: ni salvadores ni aventureros. Por Paula Botella
Paula Botella fue seleccionada para participar en la 3ª edición de Factoría de Talento Adecco. Está a punto de acabar Ingeniería Civil y Territorial, donde dice haberse dado cuenta de la importancia de repensar lo básico y no dar nada por sentado. Le interesa el urbanismo como herramienta de desarrollo, tema en el que espera profundizar en el futuro. Durante la carrera ha participado en varios voluntarios nacionales, e internacionales en Perú y Senegal y realizó un intercambio con Singapur lo que le permitió conocer el Sudeste Asiático…
Precisamente por estas experiencias que Paula ha vivido nos ha parecido idónea para preguntarle sobre su opinión sobre el mundo del voluntariado que, por otra parte, parece que está en auge en los últimos tiempos… ella ha aprovechado la voz que le ofrecemos para, ni más ni menos, que desmitificarlo ¿qué es lo mejor y lo peor de ser voluntari@?
SER VOLUNTARIO ES DARSE UNA CURA DE HUMILDAD
Para mí, la gran virtud del voluntariado es que supone una gran cura de humildad. Sin embargo, esto poco se refleja en las campañas de algunas de las asociaciones que organizan estos programas, que suelen aludir a dos ideas básicas: la de «vente a ayudar» y la de «vive un verano diferente».
Como muchos otros estudiantes, en los últimos años he tenido la suerte de poder participar en varios programas de voluntariado, lo que me ha servido como primera toma de contacto con los procesos de inclusión social y el mundo de la cooperación internacional al desarrollo. Cada una de estas experiencias ha sido fantástica, llena de momentos, personas y lugares que me han ayudado a crecer, con los que mantengo el contacto, y estoy convencida de que volveré a ver en el futuro. Sin embargo, paralelamente, mi percepción sobre la finalidad del voluntariado y la función de un voluntario se ha ido alejando de la línea más convencional.
LOS VOLUNTARIOS NO AYUDAN
Desde mi experiencia, un voluntario no ayuda. En primer lugar, porque para aportar de manera coherente es necesario conocer y, para conocer, primero hay que callarse, observar y, aunque se esté en desacuerdo, comprender y respetar. Esto puede parecer fácil, casi obvio, pero desprenderse de la cultura propia para poder analizar otra distinta sin juzgarla toma su tiempo. En mi opinión, actuar de otro modo sería irrespetuoso.
Pero, aún en el caso de que esta persona voluntaria conociera a la perfección el sistema en el que se integra, tampoco podría ayudar porque lo más probable es que carezca de las herramientas para ello. El sector de la cooperación internacional adolece de ser poco profesionalizado (según el informe de la Coordinadora de ONGD en España), lo que, en ocasiones, da lugar a una actitud de «todo vale», o a un «no sé hacerlo, no es de mi sector, pero ya improvisaré». En la Comunidad de Madrid, para trabajar en cualquier campamento es necesario realizar previamente un curso de Monitor y Tiempo Libre. Ahora bien, ¿cuánta gente se va de voluntariado a cuidar niños sin tener ninguna experiencia? En este caso he aprendido que, si se quiere ayudar, primero se tiene que estudiar y mucho, porque si el problema en cuestión tuviera una solución fácil ya la habría encontrado alguien.
NOS ENFRENTAMOS A PROBLEMAS SISTÉMICOS
Por último, aunque el voluntario estuviera perfectamente formado y fuera un experto en el tema y emplazamiento del proyecto, tampoco ayudaría, o por lo menos no solucionaría el problema a tratar, principalmente porque la mayoría de las situaciones a las que un voluntario se enfrenta son problemas sistémicos relacionados con la exclusión social. Ello implica que la solución real no pasa solo por trabajar con la población afectada (aunque sí debe tener un componente de empoderamiento), sino que es necesario el cambio y la apertura de la sociedad que excluye y para ello es necesario más de un verano, e incluso se podría cuestionar si este cambio puede venir del exterior.
Dicho esto, he de decir que mis experiencias de voluntariado, tanto nacionales como internacionales, sí han sido muy positivas, y animaría a hacerlo a cualquier persona que tuviera esa inquietud. Las dos enseñanzas más importantes que me llevé de estas son:
– Un voluntario no es un salvador ni un aventurero, es una persona con la curiosidad por aprender de otras formas, positivas o no, de vivir en sociedad o fuera de ella. Hay que señalar que este aprendizaje podría mejorar nuestro entorno más inmediato. Esto no convierte al voluntario en alguien mejor o peor que aquél que quiere aprender de consultoría o descansar, otras dos actividades típicas a las que se dedican muchos de estudiantes en verano.
– Lo mucho que queda por hacer en el campo de los derechos fundamentales que, en teoría, todo estado debería garantizar a sus ciudadanos. Aquí cabe destacar que la exclusión social es un problema que afecta a toda sociedad, por lo que, quizá, antes de cruzar charcos deberíamos ser capaces de entender por qué la nuestra no es una sociedad perfecta.