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Andando en círculos virtuosos

«Era inevitable: el olor a las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados…».

Tanto si le hubiesen preguntado al doctor Juvenal Urbino como a mí, la recomendación sería igual de cortante: nunca estudien una carrera de ciencias sociales o humanidades. Entender la complejidad del ser humano es entender que ninguna decisión es más o menos válida, que cualquier variable puede ser espuria. Dicho esto, espero que entiendan que no habrán verdades absolutas a partir de lo que diga ahora. 

Entré a Factoría pidiendo precisamente diversidad. Diversidad de personas, de opiniones y de carreras. Yo venía de un mundo de ciencias sociales, que tanto las amo a pesar de los quebraderos de cabeza que me dan. Y me he acabado encontrando a un sinfín de personas con las que disfrutar contemplando la vida desde calidoscopios complejos, distintos, más añejos o menos, moldeados por el mismo aire o por corrientes de otros lares. 

Dejadme hacer una oda al verano que se nos viene, talents. En algunos países les parece aterrador, pero a mí me encanta que atardezca a las nueve y media pasadas. Veo los garajes abiertos de las casas y las bicicletas aparcadas en cada recoveco y es irrefutable: ya es verano. No es solo que huela diferente, sino que todo parece haber cambiado, hasta las personas que se cruzan por tu camino. El verano es época de cambios. Ahora es época de pensar en qué hacer el año que viene: algunos ya lo sabrán y otros lo sabrán pronto. Pero ¿a quién dejar que se quede y a quién dejar que se vaya, estimado Víctor?

Yo creía que a la lista de paradojas como la de Teseo o Zenón de Elea podía añadir una más: el verano me encanta a pesar de que soy introvertido. Al menos a mí, a primera vista me parece contradictorio: si el verano es salir, estar fuera, ¿por qué me gusta? El verano es precisamente estar en contacto con más gente, más abierto y, por ende, más expuesto (horror). El olor a hierba fresca. Pasear por las calles de Madrid bajo un sol de justicia. Resguardarse en el metro abarrotado no es buena idea. Lloro gotas de sudor, son gotas de alegría. 

En realidad, Factoría me ha enseñado que no hay una única forma de ser introvertido. Y que las sensaciones del verano y de los atardeceres quizás es precisamente una seña de identidad de un introvertido más que de cualquier otra cosa. Pero que esos signos cambian con la pluralidad de maneras de vivir. Lo mismo podría decir uno de esta época cambiante: hay muchas formas de vivirla. Con ilusión o con miedo. Con pasión o despreocupación. Aquí o allá. Ninguna decisión es la correcta, no te martirices. Pero ten en cuenta que puede cambiar tu vida muchísimo. ¡Vaya, por Dios! ¿Y crees que eso me tranquiliza?, diremos los más maniáticos.

La música que escucho suena diferente, lo juro. Las noches son largas y los días se hacen cortos. En el estío, las noches son para vivirlas porque pegado a la cama son insufribles. ¿Cómo calculamos entonces las horas que priorizar, don Burgué? Si el verano no es proactividad, ¿qué es? Son justamente esos días libres de obligaciones rutinarias los que nos dejan a nuestro total albedrío la posibilidad de elegir en qué queremos emplear nuestro tiempo. Yo lo tengo claro: mi verano tiene tintes impresionistas, se construye con mármol de Carrara y sabe a horchata. Mi verano empieza donde empieza el tuyo. 

Tener proyectos. Sentir la presión de cambiar las cosas. Hay gente (incluido un servidor) que cuando las cosas van «demasiado bien» en lugar de sentir tranquilidad sentimos aún más tensión. No sé si estará relacionado con que a medida que en nuestro plato empezamos a ver que se queda vacío, lo llenamos aún más.  Me pregunto pues ¿el emprendimiento, doña Sabio, conlleva andiedad, angustia? Si es así, uno de mis filósofos favoritos, Albert Camus, era todo un filósofo del emprendimiento: ante la nada, el ser humano lo es todo. Todo por hacer, pero ¿qué puede hacer? Si hay obligaciones, son unas pocas, y son cuidar a los cercanos y quererse a uno mismo. La angustia, por otra parte, es normal en cualquier decisión: acéptala, recompénsala y dale la mano porque sin ella no sabrías si estás vivo o no. Y el emprendimiento, en todo esto, juega un papel que refuerza conexiones, que resuelve necesidades sociales. 

Instrucciones para fabricar una bomba: 1. Coge a un factoritx. 2. Dile que puede hacer lo que quiera. 3. Déjale que diga que «sí» a todo. Pum. Pero todo paso, tiene un compromiso. Y si hay cambios es porque hay nuevos compromisos. Comprometerse es renunciar a muchas cosas. Cambiar es renunciar a muchas cosas también. Parece que a veces la vida es solo superar las pérdidas, una tras otra. Pero también es llevarse muchas cosas consigo, tomar prestado un trocito de corazón de lo que cada persona nos ha regalado.

Por tanto, en esta época de cambios, de reflexiones aprendidas, de mirar hacia delante y mirar hacia atrás, quédate con esto: nunca estudies ciencias sociales. O mejor, nunca seas humano. Ah, claro, que no te queda otra. Buena suerte. La naturaleza humana, las decisiones te perseguirán si no las persigues tú. Recuerda siempre amar, eso sí (y según Gabo hay muchas formas de amar). 

«El doctor Juvenal Urbino lo contempló un instante con el corazón adolorido como muy pocas veces en los largos años de su contienda estéril contra la muerte.

-Pendejo -le dijo-.

Ya lo peor había pasado. Volvió a cubrirlo con la manta y recobró su prestancia académica».

 

Escrito por: Pablo Pastor, finalista de la edición 9