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Con los pies en la TIERRA y la mirada en el CIELO

Hasta hace bien poquito, como buena científica, había pensado que la trayectoria vital de una persona es una expresión selectiva de genes. Es un camino que implica una continua toma de decisiones sobre qué genes quieres activar y cuáles silenciar, sobre qué parte de ti mismo quieres y puedes desarrollar y, en consecuencia, eliges mostrar a los demás.

Pero, con 23 años, recién salida de la Universidad, después de estar 6 años estudiando me preguntaba sobre esta trayectoria. ¿Estoy preparada para dar al mundo mi mejor versión? ¿conozco bien esta versión de mí?, ¿en qué valores se basa?, ¿y me gusta?, ¿mi mejor versión es fin o un medio?, ¿y para Qué o para Quién? Lo confieso, me agobié un poco porque al final, estaba encontrando más preguntas que respuestas.

De repente, vi que el concepto que tenía de la vida era uno basado en la obtención de éxito, de respuestas y de objetivos específicos y concretos. Pero tras pararme a escuchar y mirar con perspectiva, gracias a las propias experiencias de la vida he entendido que lo realmente importante no es si consigues o no lo que te propones, sino la persona en la que te conviertes intentándolo. En mi caso, ha sido mantenerme insistente en el estudio a pesar de no conseguir las mejores notas; mantenerme comprometida con el equipo de baloncesto a pesar de no ganar ni una sola liga; y mantenerme cerca de mi familia, amigos y Dios a pesar de no haber sido lo suficientemente agradecida por el regalo de vida que me dan.

Y aunque tener estos valores claros han sido y son mi motor en el día a día, también soy consciente de que la vida es puro dinamismo y un permanente contraste de aprendizajes y emociones, y que no puedo pretender alcanzar mi mejor versión quedándome estática, (especialmente a estas alturas del partido).

Desde Factoría de Talento he podido descubrir algunas herramientas para ver y aceptar estos contrastes agridulces de la vida y para trabajar día a día por ser mi mejor versión, pero sin pretender encontrar la comodidad de alcanzarla. El truco está en no parar de aprender y disfrutar del proceso.

Estoy descubriendo que la vida, para mí, es intentar dejar una huella positiva en cada paso que doy en este camino terrenal, pero aspirando a los valores de la vida celestial. En otras palabras, caminar con los pies en la tierra y la mirada en el cielo.

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Escrito por Rosa María Illescas Paredes, finalista de la 10ª edición de Factoría de Talento